A sus 90 años Carl Muscarello
recupera la pasión de la juventud cuando habla del 14 de agosto de 1945 y
no es para menos, porque ese día finalizó la Segunda Guerra Mundial y,
sin buscarlo, coprotagonizó la imagen más representativa de la euforia
que despertó la victoria de los aliados sobre Japón.
Desde hace más de cinco décadas
Muscarello, que vive en Plantation (sur de la Florida), afirma que el
marinero que besa a la enfermera en la famosa foto tomada por Alfred
Eisenstaedt en Times Square, en Nueva York, no es otro que él.
“Fuimos a Nueva York, tenía 10 cervezas
encima, me sentía bastante bien y vi a todos besando a todas las chicas y
yo besé a las chicas también y tomaron la foto”, relata Muscarello en
una entrevista en su hogar, donde abundan las copias de la fotografía
publicada en la revista “Life”.
Este hijo de un matrimonio de
inmigrantes sicilianos, y el cuarto de ocho hermanos y hermanas, no tuvo
conciencia que la foto fuera tomada en el momento, pero recuerda que
estaba en Times Square en esa tarde. Luego, cuando la revista ya estaba
en las quioscos, también recuerda a su madre recriminándole: “¿No sabías
que si besas a mujeres francesas coges enfermedades?”.
Su madre, que dio a luz a Muscarello
sobre una mesa de cocina con la sola ayuda de una comadrona, reconoció
una marca de nacimiento en la mano derecha de su hijo, aquel que a los
15 años le confesó que quería ser marinero porque cuando estos visten
sus uniformes “las chicas los miran en la calle”.
Cinco décadas después de que la foto
fuera publicada y empujado por su familia, Muscarello decidió anunciar
que el famoso “marinero besucón” era él y para ello en 1995 fue hasta
Santa Mónica, California, al encuentro de Edith Shain, la que a su vez
afirmaba ser la enfermera, fallecida en el 2010.
El marinero se sometió a un
interrogatorio, el cual respondió como ninguno de los otros nueve que
reclamaban el mismo honor y recibió el visto bueno de la mujer, tras lo
cual siguieron apariciones de ambos en programas de televisión a nivel
nacional y en actos públicos en diversos aniversarios por el fin del
conflicto.
Ese 14 de agosto, con 18 años,
Muscarello se hallaba a bordo de un buque anclado en Staten Island,
listo para partir a una misión en el Pacífico, pero el anuncio del fin
de la guerra permitió que sus superiores le concedieran 72 horas libres y
saltó a tierra con 30 dólares en el bolsillo y ganas de sumarse a las
celebraciones.
“Todos estaban borrachos. Tiene que
estar ahí para entender, era el final de una guerra terrible, de una
guerra de cuatro años (desde que EE.UU. entró en el conflicto). Todos
tenían un hijo, hermano, primo en la guerra. Algunos volvían a casa,
pero desgraciadamente otros no”, señala Muscarello, quien posteriormente
se convirtió en oficial de la Policía de Nueva York.
Seis de sus mejores amigos, con los que
creció en Brooklyn, “no volvieron, fueron asesinados”, el menor de ellos
de 18 años y el mayor de 21, recuerda el veterano con visible emoción.
A pesar de que le han ofrecido en
infinidad de oportunidades hacer dinero con su historia, explica que la
muerte de sus amigos y de millones de personas son las razones por las
que no cobra en las charlas que da en colegios y escuelas, a las que
acude con copias de la imagen con su firma que reparte sin cobrar un
solo dólar.
Revela que cinco años después de que la
foto fue tomada, el autor sostuvo una charla telefónica con él, en la
que le contó que aquella tarde, tras verlo besar a cuanta mujer se le
cruzaba, lo siguió hasta que se encontrara con una de vestido blanco que
hiciera contraste con su uniforme oscuro, tal como ocurrió.
“Soy una persona regular, no soy un
héroe”, zanja cuando se le pregunta sobre la trascendencia y evocaciones
de la foto, y matiza que nunca estuvo en el frente de batalla ni
participó en alguna acción bélica, a diferencia de un hermano suyo que
luchó en la Guerra de Corea y resultó gravemente herido.
No obstante, las paredes de la oficina
en su domicilio de Plantation, unos 64 kilómetros al norte de Miami,
están recubiertas de varios reconocimientos acumulados a lo largo de sus
años de servicio como oficial de la Policía de Nueva York,
condecoraciones como veterano de la Segunda Guerra Mundial y alguna foto
con la firma de la actriz Sofía Loren.
Heroicidad también fue que tras el
fallecimiento en 1978 de su primera esposa, Margaret Ann Acolla, con la
que se casó en 1958, el veterano criará solo a sus dos únicos hijos, que
le han dado en total ocho nietos, curiosamente tres convertidas en
enfermeras.
En 1991 Mascarello volvió a casarse con
una antigua amiga, Shelly, quien, revela, no muestra ningún tipo de
celos por la popularidad que implica, beso de por medio, ser uno de los
dos protagonistas de la foto que mejor retrata el triunfo de la paz.
“Esta es la única acción que he visto.
Dondequiera que he ido he sido pacífico y tranquilo”, señala, con una
copia ampliada de la inmortal foto que sostiene, sentado en el jardín
trasero de su hogar.