Por Luis Vicente León
| 4 de noviembre, 2016
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No voy a entrar al fondo del problema: entiendo la razón y las
circunstancias de los líderes opositores que decidieron mayoritariamente
sentarse en la mesa a negociar, una vez que se involucró finalmente un
intermediario confiable como el Papa, quien puede ser un aliado central
en la búsqueda del rescate de los derechos y la institucionalidad del
país.
Aunque no era precisamente el momento ideal para iniciar una
negociación (sin haber primero consolidado y mostrado la fuerza de la
mayoría, luego de la violación evidente de la Constitución y las leyes
para aumentar con eso el poder de negociación, que también necesitarán
más adelante), también comprendo que era difícil evadir estar ahí cuando
ocurrió y no aparecer como el bloqueador de la racionalidad de estos
acuerdos indispensables.
Pero, además, debo decir que entiendo que la negociación puede ser el
único vehículo para conseguir algunos cambios institucionales básicos
en este momento. Cambios que podrían abrir las puertas del cambio real,
al menos a mediano plazo, y que hoy están cerradas y será imposible que
se resuelvan sin participación conjunta.
Y también comparto la tesis de que difícilmente la violencia sin
armas, ni organizacion, ni liderazgo ni instituciones llevaría a la
oposición a un escenario mejor.
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También entiendo a quienes critican la idea de sentarse a negociar.
Tienen algunos argumentos relevantes. ¿Por qué no luchar por el
ejercicio de los derechos? ¿Cómo no darse cuenta de que el gobierno
trata de manipular y que su objetivo claro es desinflar lo que él mismo
infló? ¿Qué les impide ver que la negociación se presenta como la excusa
perfecta para que el gobierno gane tiempo? ¿No ven que pretenden
otorgar cosas secundarias a cambio de que, con el pasar del tiempo,
pierdan la energía, pierdan el respaldo y la emoción del pueblo deje de
ser un factor realmente peligroso para el gobierno?
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Es natural que exista disidencia y la división de opiniones dentro de
la oposición, pues es un grupo heterogéneo. Se trata de una parte
fundamental de la democracia, así que es válido que algunos critiquen y
se sientan enfurecidos por el camino que han tomado los acontecimientos,
sean de un lado o del otro.
Sin embargo, nada de esto justifica los ataques furibundos contra
quienes piensan distinto a ti. De modo que oír y leer cómo algunos
acusan a los líderes opositores de ser unos “traidores”, “vendidos”,
“malditos” o “colaboracionistas” es preocupante.
A ver: supongamos que esto que han decidido hacer es un error, que
era mejor asumir el riesgo de seguir una ruta de acciones masivas de
calle, pese a que el chavismo iba a estar esperándolos del otro lado y
dispuestos a todo, con armas y dinero y militares y organización y
colectivos. De ser así, podrían decir que los líderes no están a la
altura de las circunstancias, que se equivocan y hasta que son torpes en
su función. ¿Pero de ahí a decir que son unos vendidos? ¿Unos
traidores? ¿Colaboracinistas?
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Decir que quienes arriesgan su libertad y su vida todos los días por
el cambio son unos traidores, decir que esos actores que hace unos días
eran unos héroes ahora son unos bandidos, me parece inaceptable, burdo y
primitivo.
También me resulta inaceptable criminalizar a quienes creen que es un
error negociar. Se podría decir que son simplistas y que quieren
conducir al país a una guerra que nadie sabe dónde podríamos terminar y
no son ellos quienes van a tener que controlarlo.
Se podría decir que se obnubilan por el deseo de cambio y creen que
en la oposición hay una fuerza que en realidad no se puede garantizar.
Se podría decir que no son capaces de responder las preguntas claves
para saber si pueden concretar lo que tanto dicen por la televisión, por
radio y por las redes sociales. Se podría decir que, quizás sin
quererlo, pretenden conducir a la oposición hacia un nuevo desastre,
como los que ya hemos vivido, dejando sólo derrota y frustración. Pero
creer que es un error negociar no indica que sean traidores, ni
tarifados ni entupidos: simplemente no piensan lo mismo que nosotros. Y
ya.
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Sólo la evaluación de los acontecimientos nos dará la clave de quién
tenia la razón. Y lo más probable es que castigará a los derrotados y
premiará a los acertados.
Cuando conviertes las diferencias en un chiquero, el resultado final
está cantado: ni uno ni otro logrará el objetivo común, que no es otro
que rescatar la democracia y el derecho de las mayorías, algo que no se
logra con consensos imposibles pero sí con unidad en la lucha y el
respeto a las reglas de juego.
Así es la política.