Entre los personajes más
extraordinarios y desconocidos de la intrahistoria de la Segunda Guerra
Mundial se encuentra el médico personal de Heinrich Himmler, líder nazi
que administró la muerte sistemática de millones de personas bajo la
autoridad de Adolf Hitler.
El
Congreso Judío Mundial cifra en 60.000 las vidas que evitaron el
exterminio gracias a la mediación de Felix Kersten, un reputado
fisioterapeuta de pasaporte finlandés, aunque nacido en Estonia en 1898,
cuya biografía ha quedado desperdigada entre los anecdotarios de la
historia.
“Era un hombre
humilde que no buscaba honores y otros se aprovecharon”, explica a Efe
Pat Perna, guionista del cómic “Kersten, médico de Himmler. Pacto con el
diablo”, que ilustra Fabien Bédouel y publica la editorial francesa
Glénat.
Las 46 planchas de
“thriller” histórico-político dibujadas con realismo y elocuencia se han
ganado el favor de la crítica y el público francés. Constituyen el
primero de dos tomos que la editorial completará el próximo septiembre
con “En nombre de la humanidad”.
El
cómic muestra cómo en marzo de 1939, desesperado por un dolor estomacal
crónico e implacable, el jefe del cuerpo de élite de las fuerzas
armadas nazis hace llamar al afamado masajista Kersten al cuartel
general de las SS, el rincón más siniestro de Berlín.
El
doctor logra aliviar inmediatamente a Himmler y este le ruega que se
convierta en su médico personal. Pero Kersten aborrece la idea de
gravitar en torno al espeluznante jerarca nazi, célebre por su estrecha
relación con el Führer, su fanatismo y su minuciosidad.
Acude
a la embajada de Finlandia para pedir que le saquen del país, pero le
persuaden de la utilidad de contar con un aliado infiltrado en el
entorno más próximo de Himmler.
“¿Me pide usted que pacte con el mismo diablo?, pregunta horrorizado el médico en un bocadillo del cómic.
“No tiene usted elección, señor Kersten. A partir de ahora, la neutralidad es un lujo”, le contesta un diplomático finés.
Heinrich Himmler (izq), uno de los grandes criminales de la alemania Nazi, y su masajista Felix Kersten.
Así
empieza su estrecha relación con Himmler, que por fin lograba paliar
sus dolores gracias a un médico prodigioso, un masajista que no le
cobraba honorarios sino que al término de cada sesión le entregaba un
papel con el nombre de un preso político al que quería que liberase.
Los
meses pasan, la guerra avanza y la relación entre Kersten y Himmler se
estrecha. El Reichsführer (comandante) de las SS, cada vez más
necesitado de su terapia, le solicita incluso en algunos de sus viajes
al extranjero.
En esas
travesías en un tren blindado que funciona como centro de mando de las
SS, Kersten confirma con Himmler los rumores relativos a planes
militares secretos que escuchaba en la cantina, de los que informa a
diplomáticos y servicios secretos aliados.
El
extranjero que se pasea en gabardina por los pasillos más importantes
de Berlín y que se reúne a solas con uno de los gerifaltes del Tercer
Reich levanta sospechas entre los altos mandos de las SS. Pero sus
ascendencia sobre Himmler le hace intocable.
A
través de seis años de encuentros frecuentes, documentados en diarios y
cartas que ahora desembocan en un cómic, Kersten fue convenciendo al
genocida de que diera gestos de buena voluntad ante la perspectiva de
una probable derrota militar alemana.
Hacia
el final de la guerra, el médico se convirtió incluso en un mediador de
paz improvisado entre la Cruz Roja y el delegado de Hitler para aplicar
la “Solución Final”.
En
abril de 1945, con Alemania prácticamente vencida, logró que se
comprometiera a no dinamitar los campos de concentración, a no eliminar a
ningún judío más y a permitir que llegara ayuda humanitaria a los
prisioneros.
Un mes después,
Himmler fue capturado por soldados británicos cerca de la frontera con
Dinamarca. Con el cráneo rapado y un parche en un ojo, el responsable de
supervisar la muerte de millones de personas intentaba pasar por un
gendarme renegado, pero la pulcritud de sus documentos y sus
características gafas lo delataron.
Se suicidó con cianuro el 23 de mayo de 1945, un día después de su detención.
Terminado
el conflicto, Felix Kersten se trasladó a Estocolmo, donde se le trató
como si fuera un criminal de guerra hasta que una comisión de
investigación restauró su nombre en 1949 y pudo nacionalizarse sueco en
1953.
Holanda lo nominó ocho
veces al Premio Nobel de la Paz, sin éxito, mientras Kersten siguió
trabajando como fisioterapeuta hasta que falleció de un ataque al
corazón en 1960. A título póstumo, Francia le concedió la Legión de
Honor.