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22 octubre 2013

Un día en el aeropuerto

Las aberraciones del Estado venezolano están contagiando a algunas empresas privadas

ROBERTO GIUSTI |  EL UNIVERSAL
martes 22 de octubre de 2013  12:00 AM
 
Este fin de semana viajé a Margarita para tomar un descanso de tres días junto con mi familia, pero algo tan rutinario como un viaje breve me dejó como enseñanza que, por estos días en Venezuela, es más estresante hacer turismo que quedarse en la casa. A menos, claro está, que uno sea masoquista.

Lo primero, al llegar a Maiquetía, tres horas antes de la hora pautada para el despegue del avión, fue encontrarnos con una cola tan desalentadora, por lo kilométrica, que verdaderamente lo que provocaba era devolverse de inmediato. Por cierto que no lo hicimos, aunque confieso que de saber lo que nos esperaba, lo hubiera hecho.

Al fin y al cabo viajábamos con niños y no era cosa de desilusionarlos por un contratiempo que sólo demandaba una buena dosis de paciencia. Así que después de dos agobiantes horas de viacrucis llegamos al mostrador de chequeo, no sin habernos preguntado, sin encontrar respuesta lógica, por qué esta inusitada aglomeración de viajeros, suponíamos, no resultaba usual.

El empleado que chequeó pasajes y equipaje respondió, cuando le preguntamos si el vuelo salía a la hora, que había "un pequeño retraso" porque "ayer llovió mucho". La realidad es que el "pequeño retraso" se convirtió en humillante espera de cinco horas, anomalía considerada "normal" si nos atenemos a unos cuantos testimonio de pasajeros que han sufrido, hasta por doce horas y más, la irresponsabilidad de las líneas aéreas.

El problema es que no éramos los únicos maltratados del día. Los retrasos consecutivos habían convertido la sala de embarque en un pandemónium donde una multitud se disputaba los asientos y soportaba el vejamen con asombrosa resignación, insólita incluso, tomando en cuenta el tórrido ambiente, la congestión en los baños, las colas ante los restaurantes y la sistemática mudanza de puertas de embarque que nos ponía a recorrer el aeropuerto de arriba hacia abajo, incluyendo, niños, ancianos y no pocas personas con dificultades para desplazarse, sin que ninguna de esas puertas se abriese. Al punto que, cuando en alguna de ellas se iniciaba el embarque, la gente aplaudía.

Pues bien, al final, es decir, con cinco horas de retraso, que en un viaje de 72 horas significa la pérdida del todo el día, sin contar personas que cancelaron citas y obligaciones de trabajo, llegamos a Margarita. Derrengados, sudados y cansados, no ya tan sólo por los efectos de la gesta cumplida, sino por el abuso y maltrato de las líneas aéreas. Está visto: las aberraciones, la ineficacia, la impunidad y el desprecio por la dignidad de las personas que exhibe el Estado venezolano, están contagiando a algunas empresas privadas.

@rgiustia