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18 marzo 2015

El masajista de los nazis

Heinrich Himmler  
© Proporcionado por Kienyke Heinrich Himmler

Entre los personajes más extraordinarios y desconocidos de la intrahistoria de la Segunda Guerra Mundial se encuentra el médico personal de Heinrich Himmler, líder nazi que administró la muerte sistemática de millones de personas bajo la autoridad de Adolf Hitler.

El Congreso Judío Mundial cifra en 60.000 las vidas que evitaron el exterminio gracias a la mediación de Felix Kersten, un reputado fisioterapeuta de pasaporte finlandés, aunque nacido en Estonia en 1898, cuya biografía ha quedado desperdigada entre los anecdotarios de la historia.

“Era un hombre humilde que no buscaba honores y otros se aprovecharon”, explica a Efe Pat Perna, guionista del cómic “Kersten, médico de Himmler. Pacto con el diablo”, que ilustra Fabien Bédouel y publica la editorial francesa Glénat.

Las 46 planchas de “thriller” histórico-político dibujadas con realismo y elocuencia se han ganado el favor de la crítica y el público francés. Constituyen el primero de dos tomos que la editorial completará el próximo septiembre con “En nombre de la humanidad”.

El cómic muestra cómo en marzo de 1939, desesperado por un dolor estomacal crónico e implacable, el jefe del cuerpo de élite de las fuerzas armadas nazis hace llamar al afamado masajista Kersten al cuartel general de las SS, el rincón más siniestro de Berlín.

El doctor logra aliviar inmediatamente a Himmler y este le ruega que se convierta en su médico personal. Pero Kersten aborrece la idea de gravitar en torno al espeluznante jerarca nazi, célebre por su estrecha relación con el Führer, su fanatismo y su minuciosidad.

Acude a la embajada de Finlandia para pedir que le saquen del país, pero le persuaden de la utilidad de contar con un aliado infiltrado en el entorno más próximo de Himmler.

“¿Me pide usted que pacte con el mismo diablo?, pregunta horrorizado el médico en un bocadillo del cómic.

“No tiene usted elección, señor Kersten. A partir de ahora, la neutralidad es un lujo”, le contesta un diplomático finés.

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© Proporcionado por Kienyke kersten himmler 1 
 
Heinrich Himmler (izq), uno de los grandes criminales de la alemania Nazi, y su masajista Felix Kersten.

Así empieza su estrecha relación con Himmler, que por fin lograba paliar sus dolores gracias a un médico prodigioso, un masajista que no le cobraba honorarios sino que al término de cada sesión le entregaba un papel con el nombre de un preso político al que quería que liberase.

Los meses pasan, la guerra avanza y la relación entre Kersten y Himmler se estrecha. El Reichsführer (comandante) de las SS, cada vez más necesitado de su terapia, le solicita incluso en algunos de sus viajes al extranjero.

En esas travesías en un tren blindado que funciona como centro de mando de las SS, Kersten confirma con Himmler los rumores relativos a planes militares secretos que escuchaba en la cantina, de los que informa a diplomáticos y servicios secretos aliados.

El extranjero que se pasea en gabardina por los pasillos más importantes de Berlín y que se reúne a solas con uno de los gerifaltes del Tercer Reich levanta sospechas entre los altos mandos de las SS. Pero sus ascendencia sobre Himmler le hace intocable.

A través de seis años de encuentros frecuentes, documentados en diarios y cartas que ahora desembocan en un cómic, Kersten fue convenciendo al genocida de que diera gestos de buena voluntad ante la perspectiva de una probable derrota militar alemana.

Hacia el final de la guerra, el médico se convirtió incluso en un mediador de paz improvisado entre la Cruz Roja y el delegado de Hitler para aplicar la “Solución Final”.

En abril de 1945, con Alemania prácticamente vencida, logró que se comprometiera a no dinamitar los campos de concentración, a no eliminar a ningún judío más y a permitir que llegara ayuda humanitaria a los prisioneros.

Un mes después, Himmler fue capturado por soldados británicos cerca de la frontera con Dinamarca. Con el cráneo rapado y un parche en un ojo, el responsable de supervisar la muerte de millones de personas intentaba pasar por un gendarme renegado, pero la pulcritud de sus documentos y sus características gafas lo delataron.
Se suicidó con cianuro el 23 de mayo de 1945, un día después de su detención.

Terminado el conflicto, Felix Kersten se trasladó a Estocolmo, donde se le trató como si fuera un criminal de guerra hasta que una comisión de investigación restauró su nombre en 1949 y pudo nacionalizarse sueco en 1953.
 
Holanda lo nominó ocho veces al Premio Nobel de la Paz, sin éxito, mientras Kersten siguió trabajando como fisioterapeuta hasta que falleció de un ataque al corazón en 1960. A título póstumo, Francia le concedió la Legión de Honor.