Hasta hace poco nadie dudaba que el gobierno de izquierda de Uruguay
ganaría las elecciones 2014. La coalición de gobierno, sin embargo, se
halla al borde del abismo y se pregunta asombrada por qué.
Los datos económicos básicos impresionan: la economía creció en los
últimos cuatro años un 5,5% en promedio, la pobreza se redujo de un 34%
(2006) a un 11,5% (2013), la desocupación se halla en un mínimo
histórico del 6% y el país recibió el “investment grade” de las agencias
de rating. Las inversiones extranjeras aumentan y los bonos uruguayos
gozan de gran demanda.
Uruguay, un país de 3,4 millones de habitantes entre Argentina y Brasil,
se autodefine como centro logístico regional, que pone a disposición de
los países vecinos, pero también de Bolivia y Paraguay, puertos,
aeropuertos y rutas de transporte. Empresas de software y doce zonas de
libre comercio son un importante pilar económico. El abastecimiento
energético mejora a grandes pasos, con el acento puesto en las fuentes
renovables. El sector de la madera crece y el país exporta ya grandes
volúmenes de celulosa. Se registra un boom del turismo, que ya
representa el 10% del PIB y se pronostica que aumentará a un 15% en las
próximas dos décadas.
La clave del éxito
La clave del éxito es un fenómeno no necesariamente nuevo: un gobierno
de izquierda aplica una política económica ortodoxa. Ningún experimento
populista, como en la vecina Argentina, desvía del rumbo al ministro de
Economía uruguayo.
En lugar de echar a andar la impresora de dinero, el gobierno
practica una política redistributiva basada en mayores impuestos y la
lucha contra la evasión. Se trata de una típica mezcla de elementos de
economía de mercado con componentes sociales.
Solo el 6% de los uruguayos está hoy insatisfecho con su situación
económica. El 45% de la población la describe como buena o muy buena. El
resto por lo menos dice que no está peor que antes. Dos de cada tres
uruguayos cuentan con que sus ingresos aumenten el año próximo.
A ello se agregan factores “soft”, tales como la legalización de la marihuana, el matrimonio homosexual, la acogida de refugiados sirios y el prometido asilo a presos de Guantánamo:
medidas, que si bien no gozan de ilimitadas simpatías en el país, junto
con la popularidad internacional de José Mujica, el “presidente más
pobre del mundo”, dan a Uruguay una imagen sumamente interesante a nivel
internacional.
El paraíso puesto en duda
Luis Alberto Lacalle Pou (41), un joven candidato de centro-derecha,
pone ahora en duda ese supuesto paraíso y apuesta nada menos que por
arrebatarle el gobierno al Frente Amplio (compuesto por más de una
docena de partidos políticos).
Lacalle Pou ha llevado adelante una campaña inteligente: no contra el
Frente Amplio, sino, como él lo llama, "por la positiva". Dice que
muchas cosas que el Frente Amplio ha hecho están bien, pero que él
quiere profundizarlas. Y pone el dedo en aspectos que realmente dejan
que desear: la educación y la seguridad pública. Además aboga porque
Uruguay se ate menos al Mercosur y se abra más al comercio con otros
socios, como por ejemplo la Unión Europea, Estados Unidos y la Alianza
del Pacífico.
Las encuestas dan como resultado actualmente un empate entre
dos bandos: por un lado el Frente Amplio, de Mujica; por otro, los dos
partidos tradicionales, que se alternaron en el poder los cien años
anteriores a este gobierno: los Blancos y los Colorados, ambos hoy de
cuño conservador, si bien el segundo con una cierta tradición
socialdemócrata. La primera ronda de las elecciones tiene lugar el 26 de
octubre. Si en una eventual segunda ronda ambos partidos tradicionales
suman sus votos, podrían sacar al Frente Amplio del poder.
A la búsqueda de una síntesis
El equipo de gobierno, ya entrado en años, reacciona desconcertado y
busca respuestas. A partes de la sociedad no les alcanza lo logrado;
otros, a pesar de que ganan más que antes, se quejan de la presión
impositiva y hay quienes piensan que la orientación liberal e
izquierdista del gobierno va demasiado lejos. La proximidad del gobierno
a regímenes populistas, si bien más táctica que por convicción, no le
gusta a muchos uruguayos. La liberalización del aborto es controvertida
incluso dentro del propio Frente Amplio.
Y no por último: el Frente Amplio no ha logrado renovarse. En las
elecciones de este año se presenta con el mismo candidato a presidente
que hace una década: Tabaré Vázquez, de 74 años, que ya fue jefe de
gobierno de 2005 a 2010. Mujica, la actual figura más popular de la
coalición, cumplió ya los 79.
Grandes partes de la sociedad quieren una renovación del sistema
político, que el Frente Amplio hoy por hoy no les ofrece. El Frente
Amplio fue la antítesis al sistema de los viejos partidos. Muchos
uruguayos exigen ahora la síntesis. Quizás logre el Frente Amplio ganar
aún los votos de muchos indecisos, el fiel de la balanza en estas
elecciones, y finalmente imponerse. Pero seguro no es.