La tensión crece en Fuerte Tiuna; se ordena el cierre y acuartelamiento. Un general se levanta y, luego de expresar su respeto al comandante en jefe, le advierte que
Chávez observa a todos y se hace un silencio. “Me mintieron, me engañaron”, le recrimina a Cabello, porque el Comando Zamora reportó -constantemente- el triunfo del Sí, mientras que los informes de
La advertencia del oficial, así como los mensajes que desde Maracay, en Aragua, le hicieron llegar militares identificados con el general en jefe retirado Raúl Isaías Baduel, fueron los que le hicieron entender al Presidente que era inconveniente postergar la agonía. Después de una hora de discusión, se convence a Chávez de que el resultado, si bien era reñido, técnicamente favorecía al No. Incluso se hizo que un experto del CNE se trasladara hasta Fuerte Tiuna para que se lo explicara.
El funcionario hizo una exposición en la que argumentó que los resultados en los estados con más población harían irreversible la cifra. “Estamos dispuestos a reconocerlo, pero queríamos ver los resultados”, dice Cabello.
Chávez sólo escucha. No habla. Finalmente, se levanta y se retira a una habitación que tiene asignada en la instalación militar. Permanece allí solo por un largo tiempo. Nadie sabía qué haría.
Cuando sale, el Presidente parte nuevamente a Miraflores, donde sus seguidores lo esperan esperanzados de que, a partir de diciembre, tendrán una nueva constitución. Aunque la celebración había sido cancelada, la música arrancó para distraer a los presentes y formar un “muro” en caso de que a “algún alebrestado” se le ocurriera ir al centro del poder con “la operación tenaza”, un supuesto plan de
El mismo Chávez confesó, posteriormente, cuando avaló las cifras del CNE, que había cavilado mucho y que admitía su derrota para evitar una angustia mayor, porque habían transcurrido ocho horas desde el cierre de las mesas y el CNE había garantizado que, a más tardar, a dos horas de la cuenta informaría al país, como ocurrió en diciembre de 2006 en las elecciones presidenciales. La jugada buscaba que, internacionalmente, Chávez quedara como un demócrata y, en lo interno, evitar una eventual guerra civil.
A las 9:02 pm, Jorge Rodríguez aparece públicamente en la sede provisional del Comando Zamora, en el hotel Alba, y admite que la cuenta estaba reñida; de hecho, cuando el vicepresidente llegó hasta el lugar, la tendencia bajó de 8% a 4% y, cuando terminó su discurso, el margen era de 3%. Para entonces era imposible hacer algo: las mesas estaban cerradas, la maquinaria se había desmovilizado y, como en toda derrota, la soledad ocupaba su lugar al lado del vencido, quien prometió convertirla en una nueva victoria. Un nuevo “por ahora” surgió de los labios de un hábil político y no del idealista que el 4 de febrero de 1992 intentó llegar al poder mediante un golpe de Estado.
EL NACIONAL