El 12 de marzo fue el cumpleaños de Aldemaro
Romero. El compositor Henry Martínez siente que la fecha pasó por debajo
de la mesa como nunca antes y en consecuencia escribe un texto sobre
quien él considera “fue, es y será el músico más importante de toda la
historia de la música venezolana”
29 de marzo 2015 - 12:01 am
En ejercicio de curar heridas por la notable fuerza de la
injusticia, que tanto poder tiene al igual que pasmosa sobrevivencia,
quiero afincar el lápiz sobre la silueta de Aldemaro Romero, músico,
humanista, empresario, brillante embajador de venezolanidad y piedra
angular en la historia de la música venezolana en el siglo XX y
comienzos del XXI.
Al recordarlo, días atrás, tuve la sensación de
que el día de su natalicio (12 de marzo de 1928) pasó bajo la mesa como
nunca antes. Por eso, estas consideraciones.
No pocos perdonan el
brillo que da el esmalte de “saber quién se es”. Lo dicho viene al caso
por las diferentes ópticas que han tratado de evaluar el talento de
aquellos con quien convivimos o de quienes sabemos que ya no están, pero
que tienen un relieve especial en la historia de cualquier disciplina.
La comisión de una falaz pero atractiva actividad de los ciudadanos del
planeta, como lo es la descalificación del otro, ha estado en constante
primavera en nuestra desafortunada comarca de la Venezuela de siempre.
Digo siempre, porque la historia escrita y contada me autoriza para
expresarlo. El tiempo presente me revalida esa licencia.
Creo en lo que voy a decir: Aldemaro Romero fue, es y será el músico más importante de toda la historia de la música venezolana.
Siento
confort al saber que los que concuerdan conmigo en esta apreciación
tienen, también, una especial capacidad del goce de eso que los músicos
llamamos “gusto”. Aldemaro tenía gusto al interpretar alguna obra
conocida por todos, tenía gusto al rearmonizarla, gusto al hacer un
intro para algún tema, gusto para acompañar al músico solista o al
cantante de turno, gusto al preparar una modulación hacia otro tono,
para un final o coda. Y al entender, musicalmente, lo que este excelso
orfebre de sonidos estaba haciendo, fluía un regocijo inefable que era
único y múltiple al mismo tiempo.
Siento mucha pena por todos
aquellos que son portadores de la incapacidad de ser conmovidos por la
gran parte del trabajo musical del hijo de Valencia, de raíces
yaracuyanas. Igual, por esos otros que ni siquiera tienen en sus genes
un oxidado decodificador de los códigos estéticos, generadores de esa
fruición casi mística que emana de las obras de los verdaderos
creadores. Por igual, soy doliente de esta carencia que habita en los
potreros políticos y militares, donde pastan, con poca demarcación entre
unos y otros, las gargantas populistas que hambrean nuestros pueblos y
las fuerzas represivas, oprobiosas y crueles de los gobiernos pasados y
del que hoy maneja el barco. Doliente por los críticos (diletantes
muchos, ramplones, amargados, no auténticos, farsantes y, para colmo,
cínicos) de arte que están a cargo de subir las persianas de las
ventanas a la historia y orientar a los que buscan identificar las
verdades en la luminosidad del paisaje exterior.
En este “hoy”,
globalizado en la ontogenia, resalta la innoble destreza de algunos
cronistas (quizás la mayoría) que usan todas sus herramientas para
continuar con el proceso de alteración de las verdades. Aun a sabiendas
de la temeridad del mass media, todavía sobreviven quienes manejan con
eficiencia las acciones que sotierran la verdadera cualificación de los
acontecimientos planetarios. De esto no se escapa el predio de la
estética. De aquí, la información de la belleza vuela desde lo externo
hasta el organismo, donde produce reacciones y fenómenos placenteros en
el sistema neurosensorial.
¿Podría ser disfrazada esta información
en el trayecto por estos especialistas en construir el universo donde
lo que es no es y viceversa? Esta pregunta, que nos hacemos
obsesivamente desde hace muchos años, invita a explorar en el cajón de
las razones del por qué Aldemaro no fue estimado y valorado como ha
debido ocurrir de forma natural. Su obra tuvo y tiene todos los
requisitos para ello. ¿Por qué no está en la memoria del venezolano
común?
Aldemaro conmueve como pocos. Y con fe en el tiempo universal y en la continua evolución orgánica, esperaré que las emociones logren
un asiento en el sistema límbico para que todas las placenteras
emociones venidas del contacto con la belleza puedan mejorar la
experiencia vital a expensas de las verdades absolutas e infinitas. Allí
estarán a salvo de los “brainwash” que intentan las ideologías, los
entes teológicos, las sectas o las nuevas corrientes que viven en la
línea del pensamiento esquizoide.
Para ese entonces, no será fácil
hacer masa de verdades con harina de mentiras. Jung estará más presente
en la tarea de nutrir “la facultad de percibir la belleza en el arte y
la naturaleza” al terminar de construirse el puente Alma-Ciencia.
Por
lo pronto, ratifico que Aldemaro Romero (*), ese que me conmueve cada
vez que escucho su trabajo artístico, es el músico más importante y
talentoso que haya nacido en Venezuela. Hemos recibido su influencia
invalorable que se evidencia en las obras musicales que, nosotros, sus
seguidores, hemos creado para el disfrute y el placer de quienes las
escuchen. Esa misma influencia que hemos tratado de traspasar,
responsablemente, a otras generaciones para que no desaparezca nunca.
Espero,
algún día, aterrizar en un aeropuerto venezolano que lleve el nombre de
Aldemaro Romero, así como lo hice en Río de Janeiro, en el aeropuerto
Antonio Carlos Jobim.
Henry Martínez
Compositor venezolano
(*) Más información sobre Aldemaro Romero y su obra en http://www.buenamusica.com/aldemaro-romero/biografia