Venden tiempo e información: detrás del
desabastecimiento se ha tejido una red de comercio clandestino cuyo
objetivo es garantizarle a la población productos regulados que poco se
ven en los anaqueles. El perfil de los proveedores se barajea entre
empleados de supermercados, vendedores informales y personas que,
simplemente, adoptaron un nuevo oficio: hacer colas por otros. Son
transacciones que se practican al margen de los controles impuestos por
el gobierno y que cada día son más populares
25 de enero 2015 - 01:31 am
El negocio se activa con una llamada telefónica. No más de
dos repiques, B. D, una mujer atareada por el trabajo y los asuntos
familiares, atiende el celular sin preámbulos: “¿Qué tienes?”. Su
interlocutor, apodado “el Buitre”, asegura de inmediato ofrecerle lo que
necesita: detergente en polvo, harina de maíz, azúcar. “¿Qué necesitas?
¿Cuántos paquetes quieres? Ya sabes qué hacer.
Búscame en mi pasillo,
luego de las 6:00 de la tarde”, le indica.
Las reglas son
estrictas en esta transacción. Después del atardecer, menos colas y
pocas miradas, se produce el encuentro para intercambiar mercancía por
dinero. Son 300 bolívares adicionales al costo de 5 o 6 paquetes que
reposan escondidos debajo de los estantes de un reconocido supermercado
de Prados del Este. Luego, llega una carrera meteórica para no levantar
la sospecha del resto de los clientes. Si alguno llegase a observar que
B. D. sostiene entre sus manos algún rubro en escasez, habrá una
respuesta cordial de ella: “Hubo más temprano, pero ya se acabó”.
Cualquier misión es posible cuando se tiene el privilegio de estar cerca
de lo anhelado: productos en escasez.
Tras el
desabastecimiento –que se ha acentuado progresivamente en Venezuela
desde que el gobierno de Hugo Chávez aplicó controles de precio en 2003–
se ha tejido un negocio clandestino. Algunas de las modalidades son el
pago adicional por el resguardo de mercancía de primera necesidad, el
oficio de hacer colas a otros a cambio de dinero, y la adquisición de
productos para revenderlos en el mercado negro. Los proveedores son
empleados de locales comerciales, vendedores informales y personas con
empleos precarios que han visto en la crisis una oportunidad para
obtener ganancias. Los clientes son un sector de la población a merced
de la necesidad de productos: es decir, cualquiera. No es un escenario
inesperado en un país cuya desempeño económico es uno de los más
desalentadores de América Latina, altamente dependiente de la
importación y con un régimen de divisas controlado por el gobierno. La
escasez, según el último informe del Banco Central de Venezuela, fue de
26,9% en marzo de 2014. Aunque las cifras oficiales ya no son
divulgadas, el desabastecimiento pudiese medirse en la longitud y la
cantidad de las colas para obtener productos básicos.
Del Whatsapp al trueque.
Las búsquedas de productos en déficit también son colectivas y
organizadas. Para Yajaira Carrero, ama de casa residenciada en Caricuao,
la coyuntura evoca a la famosa saga Los Juegos del Hambre. Su batalla
empieza a las 8:00 am con la activación del teléfono móvil. Gracias a un
grupo en Whatsapp –cuyos integrantes, además de ella, son ocho vecinas y
dos trabajadores de supermercados– identifica su objetivo.
La red de comunicación es la principal estrategia. Un fragmento de alguna de las conversaciones ilustra la dinámica:
–Llegó la leche. Aún hacen inventario – escribe uno de los empleados del supermercado.
–Ya nos lanzamos para allá. En un ratito hago la “vaca” para darte algo. Gracias – responde Carrero.
–Yo no puedo ahorita. Estoy llevando al niño al colegio – dice Magaly.
–No te preocupes, yo te guardo el puesto en la cola, pero apúrate – acota Yusmery.
Es
una seguidilla de informaciones sobre idas y llegadas de productos a
los anaqueles. Pero si alguna de las vecinas, por culpa del infortunio u
otros motivos, no logra obtener lo anhelado, apelan al milenario
trueque. “Nadie queda por fuera. Si tengo harina Pan de más y otra amiga
no, pues la intercambio por algo que me haga falta. Lo único que sé es
que mis hijos no pasarán hambre”.
Los empleados de locales
comerciales son aliados. D. D., trabajador de un reconocido supermercado
de Los Teques, suele resguardar una fracción de la mercancía para una
clientela privilegiada antes de que se practique cualquier inventario.
Son destinados a familiares, amigos y otros que, simplemente, pagan
“alguito” por obtener productos básicos, en escasez, sin hacer largas
filas. Es común que a los empleados de locales comerciales se les
otorgue privilegio en la obtención de productos. “Nos corresponde una
cantidad de alimentos por ser trabajadores. También obtenemos otros
adicionales, eso a través de negociación. Es arriesgado si te cachan
vendiéndolos afuera, pero entre muchos nos cuidamos las espaldas”,
explica.
La cárcel puede ser el destino de los que se atreven
a comerciar de esa manera con estos productos. Jorge Pérez Zapata y
Magaly Campos Abad, gerente y subgerente del Abasto Bicentenario de
Ciudad Bolívar, respectivamente, fueron arrestados por presuntamente
estar involucrados en el expendio clandestino de productos de primera
necesidad. Fueron descubiertos hace 11 días, pero el jueves el
Ministerio Público decidió dictarles privativa de libertad. Junto a
ellos fueron imputadas otros 23 trabajadores de la red de distribución
de alimentos por supuestamente ser cómplices de boicot, reventa de
rubros, corrupción, entre otros delitos. Sin embargo, los últimos solo
deberán presentarse de manera periódica a tribunales.
Los “hace cola”.
El Abasto Bicentenario de Plaza Venezuela se ha convertido en un ícono
del déficit de alimentos en Caracas. En esa fila, en forma de serpentina
desordenada sobre un campo de tierra, está J. T. Carga con un tobo
lleno de hielo y botellitas de agua, mientras espera a que llegue su
turno. Los clientes con menos disponibilidad de tiempo para hacer colas
durante horas le pagan 500 bolívares por cuidarle el puesto. Es una
ganancia adicional a su oficio como vendedor de agua, un servicio que
equivale a 10% del salario mínimo en el país.
“Si tu número de
cédula termina en 0 o 1 puedo hacerte la cola el lunes, solo te llamo
cuando estés a punto de entrar. Si no, podría hacértela el sábado. Te
cobro lo mismo”, dice J. T. El negocio de los cuidadores de colas ya no
es extraño en las afueras de cadenas de abastos, supermercados y
farmacias. Son los gestores del tiempo.
En el territorio en
que opera J. T. hay varios. Algunos abandonaron el extravagante oficio
por parecerle “una pérdida de tiempo”, como explica R.H., un heladero de
Plaza Venezuela: “Empecé a hacerlo, pero era incómodo. Descuidaba la
venta de raspados, incomodaba a familiares y amigos al pedirles el favor
de que me cuidaran el puesto, y perdía mucho tiempo”.
Anixa
Berrueta, una técnico dental, se vale de una cuidadora de colas. En su
trabajo no le perdonarían que abandonara a un cliente por enfilarse
durante horas a las afueras de algún supermercado, farmacia, abasto.
Tampoco puede emprender largos recorridos para buscar producto por
producto. “Mi ayuda es una señora que se dedica a hacer colas. Así,
cuando me toque el turno, solo voy, compro y ya”, indicó.
El tiempo de las colas es incierto: 1, 2, 3, 4, 5, 6, acaso más horas.
La
espera comienza antes del amanecer en un supermercado de Caricuao. Es
martes, la mercancía ha llegado a los anaqueles y los empleados hacen
inventario antes de abrir la santamaría. Más de un centenar de clientes
se pliegan entre sí, llevan abrigos, agua y alguna comida para soportar
la fila que se prolongará durante horas. Yoleida Zambrano, ama de casa,
optó por llevar algo adicional: la familia entera. La madre, el esposo y
los hijos –15, 18 y 20 años de edad–.
“Hay que estar armado para esta guerra y yo traje mi ejército. Todos compraremos lo que haya”, dice.
Por debajo de la mesa.
El negocio de la búsqueda recóndita de productos se transa con
operaciones discretas. En las afueras del Mercado de Quinta Crespo se
cuenta con una tropa de comerciantes informales. No todos, pero sí
algunos de ellos ocultan debajo de sus puestos rubros en escasez. Como
si se tratara de drogas o armamento ilegal, tramitan las ventas por
recomendaciones. Es una cadena que comienza con un “vengo de parte de…”,
sigue con un “necesito…” y concluye con un intercambio a espaldas de
las autoridades oficiales.
El gobierno intentó controlar ese
tipo de comercio con el decreto 1.348, publicado en Gaceta Oficial
número 40526 de fecha 24 de octubre de 2014, que prohibió la reventa de
productos básicos por buhoneros.
El llamado fue acatado a
medias en Petare. Los tarantines de los comerciantes informales se
escapan con facilidad de la vista debido a la algarabía: flujo frenético
de automóviles, motocicletas y transeúntes. Pero ahí están, algún pote
de leche en polvo, un paquete de pañales, los jabones de olor, el
aceite, el café, la azúcar, el detergente, todo lo escaso en cualquier
comercio formal. “¡A 300 bolos la bolsa de Ace (marca de un detergente
para la ropa)!”, contesta uno de los vendedores. El precio regulado de
esa bolsa de detergente de 2,7 kilogramos es de 83 bolívares.
Para
Víctor Maldonado, director de la Cámara de Comercio de Caracas, la
reventa de los productos sólo es una expresión de la escasez. “No
calificaría a estos comerciantes como ‘minimafias’, pues solo satisfacen
una demanda. Es lógico el desplazamiento a mejores negocios por parte
del sector informal de la economía (42% de la población económicamente
activa, según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas de 2013). En
este caso, los rigores de la escasez marcan la ruta a los comerciantes
informales, porque hay dos costos que el gobierno no puede satisfacer:
oportunidad y tiempo”, explicó.
Pero evitar las colas es un
servicio que se paga a altos costos en Caracas. Zaida Coronado, ama de
casa y vecina de Montalbán, es una de las clientas fijas del comercio
informal. Su premisa es “no hay nada que no pueda conseguir un
buhonero”. Su búsqueda es puntual. Si necesita comprar aceite, harina de
maíz precocida y café, entonces se va a Quinta Crespo. Si requiere
detergente en polvo, jabón de olor, champú y leche, el destino a visitar
será Catia. “Entre ellos se conocen, nunca te dejan varada. Siempre te
recomiendan a quién buscar en caso de no tener lo que quieres. Algunos
ocultan su mercancía, otros no. Todo depende de la zona en que estén, si
hay vigilancia o no”, comentó. El gasto adicional por conseguir lo que
desea puede alcanzar el 200%.
- A. se mueve como una experta en la negociación de alimentos básicos en escasez en Quinta Crespo. Su mercancía es vendida a costos superiores al 100% de los establecidos en el comercio formal, pero eso no le resta una alta clientela. “Nosotros no somos criminales, aunque el gobierno nos trata así. Solo estamos ayudando a la gente a comer sin necesidad de hacer colas”, justifica.
Tensión enfilada
De las colas no solo está la espera, sino la tensión. Los hurtos, robos, peleas y manifestaciones amenazan las largas colas. El reciente informe del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social expone que hubo un aumento progresivo de las protestas en las inmediaciones de supermercados, abastos y locales comerciales de venta de alimentos y productos de higiene personal en 2014: de julio a octubre se duplicó la cifra y el año concluyó con 481 manifestaciones. Hace 15 días, un grupo de vecinos manifestó en contra el desabastecimiento en el Abasto Bicentenario de San Bernardino. El reclamo concluyó en la detención de Carlos Julio Rojas, coordinador del Frente en Defensa del Norte de Caracas y otras 12 personas.
Un día después, el 11 de enero,
también circuló un vídeo casero en las redes sociales en el que se
observa a un grupo de clientes de un supermercado de Guatire asaltar con
desespero el área en que se apiñaban detergentes para la ropa. Los
usuarios de Twitter lo calificaron como saqueo, pues nadie siguió la
regla de comprar dos unidades del producto por persona y de pagarlo, en
algunos casos. Pero Tania Díaz, diputada de la Asamblea Nacional por el
Partido Socialista Unido de Venezuela, saltó a la situación con una
denuncia el pasado lunes: “Este fin de semana había gente, mandada por
algunos partidos, principalmente por Voluntad Popular y de Antonio
Ledezma, que se iban a las colas a llamar al saqueo, lo hicieron en
varios sectores de la ciudad capital”.
Otras personas también
han sido detenidas por supuestamente tomar fotografías en las colas. “A
excepción de uno reportado en Anzoátegui, el resto de estos casos se
han registrado en Caracas”, dijo Alfredo Romero, director del Foro Penal
Venezolano.