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19 noviembre 2012

“Ser policía ya no vale la pena”

    Gutiérrez Farfán fue sepultado en El Junquito / Leonardo Guzmán

    Gutiérrez Farfán fue sepultado en El Junquito / Leonardo Guzmán

    Al cabo (PM) Jhonny Gutiérrez lo mataron mientras “parceleaba”. El agente, con 15 años de servicio, se redondeaba la quincena como escolta, mientras esperaba la jubilación

       

  • Javier Ignacio Mayorca 19 de noviembre 2012 - 12:01 am

En el extremo norte de la funeraria Los Caobos, el féretro del cabo primero Jhonny José Gutiérrez Farfán esperaba cubierto de flores el traslado hasta su última morada.

La cónyuge del agente de la Policía Metropolitana, Rebeca Cordones, aún no salía de la turbación. La gente le hablaba alrededor, la abrazaba, y ella apenas atinaba a dar las gracias por tanta condolencia.

Para ella, habían pasado 48 horas terribles desde que la llamó otro agente de la misma institución para informarle que Gutiérrez había muerto frente a la panadería Pinto Delicatesses, que está ubicada en la calle El Bosque de La Florida, en la que solía prestar un servicio de vigilancia para espantar a los antisociales, especialmente en las horas de apertura y cierre.

A un lado del féretro marrón está Oscar Gutiérrez, el único hermano de la víctima. Como él, prestó servicio durante años en la policía de Cotiza. Sólo que en su caso pudo obtener la jubilación hace tres meses.

Relató que tanto él como su hermano se mudaron cuando eran jóvenes desde San Carlos, Cojedes, pues ambos pensaban que en Caracas podrían mejorar su calidad de vida.

Jhonny Gutiérrez se graduó de agente en 1997. Según su hermano, pronto se dio cuenta de la precariedad en la que se desarrollaría su carrera policial. Durante sus quince años de servicio solamente le entregaron dos pares de botas. Los uniformes llegaban solamente una vez al año.

“Él quería irse de la PM, pero, como no tenía 40 años de edad, la jubilación no le llegaba. Generalmente, los cartuchos tenía que comprarlos con plata de su bolsillo. Igual si había que comprar un repuesto de la moto”, recordó.

Los amigos y colegas de Gutiérrez, agrupados en la acera frente a la funeraria, relataron que las limitaciones eran tan frecuentes que al final él tuvo que hacer patrullaje con su moto de uso personal.

“Como sabían que era policía, él prefería dejar la moto en el comando e irse a pie hasta su casa, para no llamar la atención”, dijeron.

Vigilante vigilado. A Farfán le dieron un tiro en el ojo izquierdo para robarle su pistola de uso personal, marca Taurus calibre 9 mm. Los atacantes sabían que el hombre era un agente de la PM en funciones de “parcelero” o vigilante. Por lo tanto, dispararon sin avisar.

Los amigos del funcionario llegaron al lugar del suceso y vieron con dolor el cadáver tendido sobre la motocicleta Owen negra. Lo único que le quitaron fue el arma.

“A él lo tenían vigilado. Si le hubiesen dicho ‘quieto’ él igual entregaba la pistola, porque en realidad él no era un tipo conflictivo. Lo mataron como a un perro”, lamentó uno de sus compañeros.

Desde muy temprano, Gutiérrez trató de complementar sus ingresos con otros trabajos. En sus tiempos libres, logró obtener un título como TSU en Mecánica. Gracias a esto, sus amigos lo llamaban constantemente para que hiciera reparaciones de motos y autos a domicilio. No tenía taller, sólo ganas y unas cuantas herramientas.

Gutiérrez ni siquiera tenía dónde vivir. Caracas fue para él un territorio hostil. Pero se dio cuenta de eso muy tarde. Hace dos años, quedó damnificado, pues las lluvias arrastraron la vivienda que tenía en el kilómetro 16 de la vía a El Junquito. El propio Gobierno lo envió a vivir en el refugio del hotel Himalaya. Luego lo trasladaron a las viviendas provisionales en el centro Cedíaz.

Pero a él no le gustaba ese ambiente. Prefería estar entre sus compañeros de trabajo, aunque ya la Policía Metropolitana fuese formalmente una institución “suprimida”. Así que dejaba a su compañera y a su hijo en la vivienda provisional, mientras que él se iba a pernoctar en la barraca de una de las sedes que aún conserva la policía, al lado de La Previsora. Allí podía estacionar su moto y sacarla cuando debía ir a cuidar los locales.

Debido a la precariedad con la que vivía, los familiares afrontaron algunos problemas para sacar el cadáver de la morgue y contratar los servicios funerarios.

Cuando llegó la hora del cortejo fúnebre al cementerio de El Junquito, algunos amigos de Gutiérrez se quedaron rezagados. Querían alargar el momento del último adiós. Preferían conservar el recuerdo del compañero que dedicaba los tiempos libres a la mecánica y el fisicoculturismo. No afrontar la situación de alguien que, al igual que ellos, vivía en la necesidad.

En el limbo

El presidente de la asociación civil Gendarmes de Azul, sargento Robinson Cipriani, conoció durante años al cabo Gutiérrez. Recordó que como todavía no cumplía los 40 años de edad no podía obtener el beneficio de la jubilación. Entonces, estaba en una situación comprometida, pues solamente ganaba sueldo mínimo, y no podía asumir oficialmente que tenía otros trabajos.

“Él era muy tranquilo y sencillo. La última vez que lo vi me dijo que estaba pernoctando en la sede policial al lado de La Previsora, donde ahora hay un instituto para los agentes jubilados. La verdad él vivía con mucha incertidumbre. Es que la necesidad tiene cara de perro”, lamentó.

Gutiérrez, añadió, formaba parte de un grupo de aproximadamente 420 personas que todavía cobran como si fueran policías activos aunque formalmente no poseen la investidura de un agente.

Su muerte se suma a otras 24 que, según el portavoz de la asociación, han sido reportadas durante este año en todo el país. En Caracas, el cabo Francisco Rafael Huice fue asesinado el 10 de julio en condiciones similares a las de Gutiérrez, mientras cuidaba una panadería.

Cipriani afirmó que los ex agentes de la PM viven con el temor de que les pasen factura por algún procedimiento en el que hayan participado, o simplemente por el hecho de que continúan en trabajos de riesgo, como el de escolta.

Leyenda

Foto Leonardo Guzmán