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31 julio 2008

Desagravio a un camarógrafo

Por: Ernesto Villegas Poljak
Fecha de publicación: 31/07/08

No acostumbro a ventilar en público asuntos relativos a VTV, canal donde he trabajado en los últimos años, y del que se me percibe como una de sus “imágenes”, mucho menos aquellos que puedan considerarse parte de su dinámica interna. La sabiduría popular aconseja lavar los trapos sucios en casa.

La obligada excepción obedece al desagradable episodio en el cual el presidente Hugo Chávez increpó, en forma tan sorpresiva como injusta, a uno de los camarógrafos de VTV que trabajaron en el Aló, Presidente del domingo 28 de julio.

Seguramente la rabia del presidente Chávez por lo costoso que resulta al Estado un canal como el 8 tenga alguna justificación racional, y que los millardos que recientemente le aprobó en un crédito adicional le luzcan mejor invertidos si se destinaran, digamos, a alguna política social.

Puede, también, que la molestia presidencial tenga base en el anacronismo de algunas cláusulas del contrato colectivo, heredadas de tiempos en que no se exigía al personal una cantidad y frecuencia de trabajo extraordinario como el de hoy.

Un esquema de horas extras diseñado, por ejemplo, para que éstas fuesen cosa realmente extraordinaria –unas pocas al mes, si acaso- y no algo más bien cotidiano, que para una minoría de los trabajadores puede significar la duplicación o más de su salario base, y para la nómina un factor de crecimiento exponencial año tras año.

Las apariciones y actividades públicas de Rafael Caldera
, por ejemplo, no sólo ocurrían una vez a la cuaresma –llegó a pasar semanas sin mostrarse en público- e infinitamente más cortas que las maratónicas jornadas de Chávez, todas cubiertas por algún equipo de VTV. De aquel letargo viene esta corredera.

Cláusulas que, también es posible, recuerden la tendencia de los gobiernos neoliberales a firmar compromisos económicos inviables con los trabajadores para luego justificar la privatización de una empresa, como ocurrió con Sidor o Cantv, hoy de nuevo en manos estatales.

Tal vez el Presidente imagine que además de los trabajadores honestos y entregados a su trabajo, que abandonan pareja e hijos por días o semanas enteras para seguirlo a él con cámaras, luces, micrófonos y mircroondas, haya algunos que se aprovechen del contrato colectivo y dejen para el domingo tareas que podrían realizar entre semana, sólo para agrandar su quince y último. De todo hay en la viña del señor.

Vapuleados

Todo eso puede haber estado detrás de la molestia presidencial, pero, por más vueltas que se le dé, no hay argumento que justifique la escena del mandatario increpando a Efraín Castro, que así se llama el camarógrafo vapuleado.

Quiso la historia, tan llena de paradojas, que el mandatario dirigiera su descarga contra uno de los más abnegados trabajadores del canal y le exigiera demostración de compromiso revolucionario y de disposición al trabajo voluntario a quien no necesita darla, porque ya la ha dado y con creces. Que después de siete años no se acuerde de su rostro es otra cosa.

Ese mismo camarógrafo fue el que estuvo en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores en la madrugada del 13 de abril de 2002, tomando las imágenes del recién liberado presidente Chávez con crucifijo en mano pidiendo perdón por sus errores y llamando a la reflexión a los dueños de los medios de comunicación. Detrás de esa cámara estaba ese ser humano.

Nadie tuvo que ordenárselo, ni en ese momento él ni nadie tenía en mente salario, contrato colectivo ni mucho menos horas extras. Más bien, el fascismo criollo lo había dejado desempleado, con su cámara en off y un futuro incierto, pues Enrique Mendoza había cerrado el canal 8 y nadie apostaba por su reapertura en la dictadura –mediática- de Carmona. Lo más probable era que lo privatizaran. Algún grupo económico lo estaría explotando hoy.

Efraín pudo quedarse en casa, como muchos lo hicieron, pero junto a otros resolvió ocupar su humilde puesto de combate en una historia cuyo desenlace hasta entonces nadie podía predecir. Una historia plagada de anónimos heroísmos, sin soles, estrellas ni condecoraciones, como el de Efraín.

Tal vez no lo maneje como concepto, pero en ese momento crucial Efraín realizó una memorable jornada de trabajo voluntario.

He conversado con él y, a pesar de las burlas que vecinos antichavistas le prodigan ahora en Guatire, de donde todos los días sale a trabajar antes de las 4:00 am, y regresa cuando ya los hijos duermen, me ha dicho que volvería a hacer lo mismo, pues el 13 -A lo hizo pensando en el futuro de esos mismos niños.

Desde el domingo, al resto de los trabajadores de VTV ya no sólo los vapulean los antichavistas –llevar ese logotipo encima puede significar riesgo físico en ciertas zonas acomodadas de Caracas-, sino también algunos fanáticos chavistas que ahora los señalan como símbolos de “vagabundería” y “sinvergüenzura” (Chávez dixit), causantes de todos los males del país. Peores, pues, que Alberto Federico Ravell.

Negociación

El lunes, la moral de todo el canal amaneció por el piso.

El martes, el ministro de Comunicación e Información, Andrés Izarra, en compañía de la directiva del canal, se reunió con los trabajadores en una asamblea donde cada quien expuso sus puntos de vista.

Ambas partes convinieron en establecer una mesa de diálogo para revisar el impacto económico de las horas extras y el resto de las cláusulas del contrato colectivo, en busca de fórmulas consensuadas.

Una cámara del canal grabó tanto la razonable argumentación de los funcionarios, como también las dramáticas historias individuales que los números no suelen mostrar.

A primera vista, la discusión pareciera entrampada en un círculo vicioso: las horas extras terminan siendo un complemento permanente del salario –sólo para aquellos que las generan-, y a su vez el salario no puede aumentarse en una proporción mayor porque con él aumenta también el costo de la hora extra.

De acuerdo con la empresa, el contrato impide o dificulta el establecimiento de horarios o turnos diferenciados, de modo que un personal distinto al regular pueda dedicarse exclusivamente a las jornadas dominicales o extraordinarias.

Los trabajadores sostienen que sólo a partir de la séptima hora laborada en domingo es que se contabiliza cada hora extra como un día adicional de salario. Parte de esa paga se les iría en las tres comidas, cuando se trata de transmisiones remotas, es decir, fuera del canal, pues los viáticos apenas pasan de 20 mil bolívares viejos por día.

Como en toda relación obrero-patronal, cada quien tiene sus razones. Imaginación, buena voluntad, buenos negociadores y un buen mediador podrían zanjar el asunto.

Disciplina

Antes de continuar, aclaro que quien esto escribe no es beneficiario del contrato colectivo de VTV, de modo que jamás he percibido pago alguno por las maratónicas jornadas de trabajo extraordinario durante 8 años en ese canal.

Mi contrato individual, que no contempla prestaciones sociales, ni caja de ahorros, ni HCM, ni horas extras, ni viáticos, se limita a la conducción del programa “En Confianza” –este lunes 4 de agosto debe estar de vuelta al aire al mediodía-, pero los directivos del canal, y sobre todo sus usuarios, son testigos de que he estado allí las veces que se ha requerido mi trabajo, en incontables operativos de prensa y programas especiales, sin límite de horario o exigencia de compensación económica alguna.

De todos modos, y también lo saben los directivos del canal, mi puesto está a la orden, cuando VTV lo disponga me iré por mis propios pasos y sólo quedará la satisfacción de haberle sido útil al pueblo en su lucha por la verdad desde la simple posición de periodista. Ah, y no ando buscando cambur alguno, ni designado ni por elección popular. Porsia.

Dicho esto, paso a hacer votos porque el Presidente haya reflexionado sobre la injusticia cometida con Efraín Castro y en general con la mayoría de mis compañeros de trabajo. Si aquel 13 pidió perdón, nada le costaría hacerlo de nuevo con gente que merece un desagravio.

En su Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, el historiador británico Edward Gibbon cuenta que el carácter guerrero de los soldados romanos derivaba, entre otras cosas, de una disciplina, tan, pero tan férrea que los centuriones estaban autorizados a sancionar con golpes a sus subalternos y los generales a castigarlos con la muerte.

“Era máxima inflexible de la disciplina romana que un buen soldado temiera más a sus superiores que al enemigo”, cuenta Gibbon.

Ojalá esa máxima no esté en el ánimo del Presidente cuando se permite “patear” en público a sus colaboradores.

Puede que el regaño a un ministro le gane el aplauso de masas insatisfechas con la gestión pública, pero al enfilar contra gente del pueblo, como Efraín Castro este domingo y hace meses Nelson Mora en el barrio Federico Quiroz, no hace sino causar mella entre sus propias filas.

Filas que uno confía tengan más miedo a un triunfo de la derecha que a un regaño de Hugo Chávez.

fuente: Aporrea