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27 junio 2008

Jose Luis Mendez // La sombra de la justicia

En el centro de Caracas, esquina de Pajaritos, se yergue el edificio José María Vargas, mejor conocido como el "edificio de los tribunales" por venir funcionando ahí, desde hace más de 30 años, buena parte de la administración de justicia en sus ramas civil, mercantil y laboral, entre otras. A la entrada, sobra la pared lateral, llama nuestra atención un relieve en piedra con la cara del Dr. José María Vargas, en el que puede leerse: "El mundo es del hombre justo", idea que resume el pensamiento de aquel gran humanista sobre la vida y la justicia.

Sin embargo, lo que persiste en la memoria de quienes pasan por el lugar es la imagen de las largas colas de personas en las afueras del edificio, que obliga a pensar en ascensores que no funcionan, en salas calurosas, en hacinamiento, así como en una justicia lerda y anticuada. Pero para quienes sí han estado allí y han tenido que conocer el "monstruo" por dentro, el cuadro es todavía más patético. Las colas externas también persisten adentro, se extienden y ramifican como venas internas, tanto para presentar un escrito por secretaría o para solicitar un expediente en el archivo de cualquier tribunal. En este último caso, de no encontrarse el expediente en el sitio, su búsqueda por las diferentes mesas de amanuenses o de personal del juzgado puede convertirse en algo casi detectivesco. Finalmente, puede ser que aparezca en el despacho del juez, porque lo está, según la jerga tribunalicia, "trabajando". De ser así, hay que armarse de paciencia, pues esperar a que se lo entreguen al interesado, bien para leerlo o para "diligenciar", puede llevar un buen rato. No digamos nada del tiempo que puede tomar una sentencia, ya sea preliminar o definitiva, o de la duración de un juicio, que bien puede parecer eterno. En este punto, el proceso se vuelve algo completamente "kafkiano".

Los organismos responsables han echo muy poco, por no decir nada, para revertir dicha situación. El traslado de los tribunales laborales a su nueva sede en la avenida Urdaneta, hace ya unos 3 años, que parecía una solución temporal al problema de Pajaritos, perdió todo su efecto, al ser ocupado su espacio por los tribunales de municipios, igualmente con una problemática acuestas, de ubicación y de servicio al público, importante. En esta última década nada o casi nada ha cambiado en Pajaritos. Quizás dos cosas que destacar, una, que los profesionales del Derecho ya no van casi de traje y de corbata como antaño, porque según me dijo un joven abogado: "la dignidad del lugar no lo amerita". Y la segunda, que los tribunales ya no tienen la obligación de dar "despacho" de lunes a viernes, sino un máximo de 3 días a la semana, por decisión del 19/2/2008, de la Dirección Ejecutiva de la Magistratura (gobierno judicial), con lo cual la burocracia y la lentitud que siempre han caracterizado nuestro sistema judicial se potencian al máximo, haciendo que el concepto de justicia se desvanezca en el tiempo y carezca totalmente de sentido. Como consecuencia de la medida, debemos señalar que en los meses de marzo y abril de este año, el promedio de días de despacho en los tribunales de Pajaritos fue de siete u ocho, de veinte posibles que había anteriormente. En esas condiciones podemos afirmar, sin ambages, que el ejercicio de la abogacía, hoy en día, a pesar de las nuevas sedes de los tribunales laborales o de menores, donde tampoco el cuadro es envidiable, es un acto heroico. Mientras tanto, Pajaritos sigue siendo un lugar de desesperanza y de frustración que los abogados deben sufrir a diario. Si el estado en que se encuentra la justicia es una de las claves para entender el grado de desarrollo social y político de un país, es evidente que en el nuestro la situación es de extrema gravedad. Pero al final de cuentas ¿a quién le importa?

En determinados momentos del día, la sombra del edificio de la esquina de Pajaritos se proyecta sobre el pavimento y los transeúntes. Alguien me comentó una vez, que ésa, era la sombra de la justicia, pues la justicia de verdad hasta allí no llegaba. Y yo, lo creo.


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fuente: EL UNIVERSAL