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08 marzo 2014

Ex-Rectores de la ULA emiten comunicado

Publicado : 6 de marzo de 2014 | 11:05 am Ex-Rectores de la ULA emiten comunicado

ESTAMOS OBLIGADOS A ENTENDERNOS

Los ex-Rectores de la Universidad de Los Andes que suscriben expresan a las colectividades de los estados Mérida, Táchira (epicentro de la protesta nacional) y Trujillo que constituyen el ámbito de la institución, así como al pueblo venezolano su apreciación de la crisis que vive Venezuela en los siguientes términos:

Febrero de 2014 ha sido el marco temporal del profundo estremecimiento que sacude hoy a Venezuela. La brusca alteración de la vida normal del país, el cruento saldo humano que está pagando la sociedad, el carácter efectivamente nacional que han adoptado los hechos y la reacción internacional que ha expresado conmovida su solidaridad con nuestra Patria, constituyen los rasgos más resaltantes del momento.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué ha ocurrido todo esto?

Venezuela venía mal cuando llegamos a 1998. En ese año, la mayoría de los venezolanos dio una demostración de su voluntad de cambiar al elegir Presidente de la República al jefe golpista que en 1992 intentó liquidar por la fuerza la experiencia, para ese momento, de 34 años de democracia representativa. Los demócratas venezolanos aceptaron la determinación nacional tomada en las urnas así como las de convocar una Asamblea Constituyente, redactar una nueva Constitución y renovar todos los poderes públicos de acuerdo con la correlación de fuerzas políticas y sociales que se había establecido. Con esta enorme ventaja para adelantar una gestión en favor de todos los habitantes del país, el nuevo gobierno pudo contar, además, con el período de nuestra historia económica de más altos precios del petróleo, de tal modo que la abundancia de recursos fiscales, si se administraban bien, pudo haber hecho de Venezuela  un ejemplo de bienestar y de progreso para ser mostrado con legítimo orgullo ante el mundo.

Pero el nuevo gobierno  se empeñó en convertir en una revolución el libérrimo y civil acto de elegir democráticamente al presidente del país. El procedimiento escogido con ese propósito, de genuina raigambre militar y comunista, fue el de impulsar, desde el poder, una siembra sistemática de odio y división en un conglomerado humano que, como el venezolano, tenía más de un siglo viviendo en paz y que, por esa misma circunstancia, había aprendido a manejar con tolerancia sus contradicciones y sus desencuentros. Los ingentes recursos provenientes del petróleo, en vez de ser empleados para resolver los problemas que habían desacreditado a la democracia representativa, se convirtieron en  pedestal para levantar el liderazgo internacional del Presidente y establecer un poder personal autoritario alrededor de un proyecto ideológico que no ha logrado convencer a la mayoría de los venezolanos. El gobierno bolivariano se convirtió en luz de la calle y oscuridad de la casa. El país se descuidó y los problemas sin resolver junto con la desesperanza y el desengaño se fueron acumulando, como un amargo sedimento, en el espíritu de los habitantes del país.

Resulta entonces una inefable ingenuidad, una grave equivocación o un condenable acto de mala fe predicar, después de 15 años de gestión pública ininterrumpida, que lo que está pasando en Venezuela es la consecuencia de los maquiavélicos propósitos del imperio y de Barack Obama, de la maldad anti venezolana de Álvaro Uribe Vélez, de la tremendura política de Leopoldo López y María Corina Machado o de la ligereza de los estudiantes que, como en tantos otros momentos parecidos de nuestra historia, apenas han sido el ariete para demoler la resistencia que se opone a los cambios que anhela nuestra sociedad.

Hay un fantasma que está recorriendo a Venezuela. El del reencuentro de millones de chavistas con el resto de venezolanos a quienes los altos precios de bienes y servicios, la escasez de casi todo, la inseguridad, los malos servicios públicos, el deterioro de la infraestructura nacional, la vergonzante entrega de la soberanía del país al régimen cubano, la corrupción generalizada y ahora la represión conjunta de las fuerzas públicas y de las bandas armadas del gobierno nos han llevado a todos a entender que no podemos ser enemigos quienes pasamos por los mismos sufrimientos.

La disyuntiva de los venezolanos en estos momentos no puede ser la de entendernos o matarnos. Por imperativo de nuestra historia y por el mandato moral de dejarle una patria viable a las generaciones que nos sucederán, estamos obligados a entendernos. Ahora bien, la posibilidad de este logro supone la comprensión cabal del momento que estamos viviendo. La sociedad venezolana pasa por un quiebre de los valores convencionales en que se sustenta su existencia. El gobierno da muestras de una ceguera irremediable cuando se empeña en creer que lo que está ocurriendo en el país es la manifestación de un “golpe de estado en desarrollo” o una repetición mecánica de los eventos que caracterizaron el intento de golpe de estado de 2002. Y la oposición estructurada alrededor de los acuerdos unitarios conocidos puede quedar de manera irreparable rezagada de los acontecimientos si se empeña en caminar la historia con una parsimonia política que la desdibuja ante el país.

La sociedad venezolana está pasando por encima del liderazgo nacional oficial y opositor y cuando quienes están llamados a dirigir la República se quedan atrapados por el pasado pierden la cualidad para proponer aperturas hacia el futuro con un mínimo de certidumbre. ¿Es que nadie en el gobierno es capaz de comprender el significado de fingir una normalidad política en la que no se cree ni dentro ni fuera del país;  o que cerrar las universidades y liceos no han hecho mermar las acciones de protestas; o que la represión oficial y paraoficial no ha logrado ninguno de sus objetivos; o que adelantar y postergar el asueto de carnaval solo recibió como respuesta la entereza de una colectividad que pretende encontrar una salida segura para sus problemas? ¿Es que nadie en la oposición cae en cuenta del hecho de que todos los días se producen marchas y manifestaciones que la mayor parte de las veces no se sabe quién las convoca pero existe la percepción de que  nadie las dirige, o que las acciones de protesta ocurren en los sitios más inesperados? El cuadro que estamos presentando no es el de la anarquía sino el de un estado en proceso de desintegración.

Como ductores que fuimos de una universidad autónoma bicentenaria no podemos dejar de manifestar nuestra admiración por las jornadas que han cumplido en el país los estudiantes y el movimiento estudiantil organizado. No debemos tampoco dejar de expresar nuestro dolor ante las víctimas que han cobrado tres semanas de acciones de protesta. Y nuestro respeto al pueblo de Venezuela que en cualquier lugar del territorio nacional está agitando las banderas que estaban guardadas.

Mérida,  4 de marzo de 2014.

José Mendoza Angulo                                             Néstor López Rodríguez

Miguel Rodríguez V                                                 Genry Vargas Contreras