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21 abril 2010

“No se tomaron medidas necesarias para preservar la vida de la esposa del Inca Valero”

En febrero de 2010, su último gran combate ante el mexicano Antonio DeMarco en la pelea por el título ligero del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), disputada en la ciudad mexicana de Monterrey. AFP Photo / Omar Torres

En su columna de hoy, publicada en El Nacional, Marianella Salazar, habló sobre el asesinato de la esposa del Inca Valero y el suicidio del campeón mundial de boxeo. A juicio de Salazar, las autoridades no tomaron las medidas necesarias “para preservar la vida de la esposa del boxeador”

Esta es la columna que ofrece El Nacional

Es fácil juzgar los hechos cuando ya no tienen remedio, pero la muerte de la infortunada esposa del Inca Valero pudo evitarse y el suicidio de nuestro campeón mundial de boxeo, también.

La conducta violenta del Inca contra su esposa, madre y otras mujeres, ameritaba que la Fiscalía y los tribunales fueran diligentes, no para concederle libertad con medidas cautelares sino vigilancia para preservar la vida de su esposa, en peligro de muerte, además de someter al púgil a un tratamiento psiquiátrico para su recuperación.

 

No se cumplieron las medidas que tomaron las instituciones especializadas en materia de violencia contra la mujer. La Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una vida libre de violencia debe aplicarse a todos los hombres que maltratan a sus parejas, independientemente de su condición social o política.

 

En el caso del Inca Valero, su cercanía con el Gobierno del presidente Chávez, su fervor y la admiración profesados públicamente con el proceso revolucionario en presencia del propio Jefe de Estado, influyeron sin duda para el trato especial, pero equivocado, que le dieron a su caso como si se tratara de un niño bueno que cometía algún error.

 

En recientes declaraciones el Inca dijo que estaba preparando un viaje de rehabilitación a Cuba, sin duda al mismo lugar donde el futbolista argentino, Diego Armando Maradona, fanático incorregible de Hugo Chávez y Fidel Castro, fue a recuperarse también de su adicción a las drogas. Es curioso: dos deportistas con la marca imborrable de los tatuajes de dos líderes políticos afines ­el Inca, con la cara de Chávez, y El Pelusa con la de Fidel­ a los que se dieron todas las oportunidades para convertirse en ejemplos de juventudes y han sido quienes más las desperdiciaron.

Dirán lo de siempre, que la drogodependencia es una penosa enfermedad, que la compasión debe imperar por encima de cualquier otra actitud, que si pitos, que si guacharacas.

 

Un marginado, un joven desesperanzado, un hombre sin ningún tipo de futuro, un ser condenado a la miseria y al más absoluto abandono es señuelo seguro de las drogas.

 

Ahí se justifica la benevolencia y el consentimiento para arrebatar a la muerte la vida de un ser humano. Pero el Inca Valero no era un marginado, era un hombre con fama, bienes de fortuna y con influencias políticas, al que lamentablemente, como a tantos otros jóvenes venezolanos, en su aprendizaje de la masculinidad no le inculcaron la indignidad que significa pegarle a una mujer.

 

Para su infortunio, lo que hubo en su caso fue alcahuetería pura por parte de la justicia venezolana. Como consecuencia fatal están esas dos muertes y unos niños huérfanos.

La conducta parcializada de las autoridades y la justicia pueden conducir a la impunidad y a la muerte. En una sociedad con valores morales, la tragedia del Inca debería llamar a la reflexión y su memoria no ser secuestrada con fines políticos, ni tener cabida en el espacio destinado a los héroes, aunque su figura con el carnet ideológico tatuado en el pecho, muy bien pudieran erigirle una estatua.

 

Y es posible que la ubiquen al lado del busto que instalarán de Fidel Castro o del que ya existe de Manuel Marulanda.

fuente: Noticias24.com